martes, 4 de septiembre de 2012

Cuatro por ciento.

Comiendo techo como todas las noches, me dan las seis y el sueño aun no viene a verme.
Tengo miedo de cerrar los ojos, porque seguramente empiece a pensar, demasiado, pero de qué me sirve si intentando no pensar ya estoy pensando. Hacer el esfuerzo es inútil, no puedo contar las veces que he querido dejar la mente en blanco o simplemente ordenar un poco mi cabeza, pero es superior a mi, no se controlarme ni domarme. Es como si esa pequeña parte de mi mente consciente de que todo lo hago mal quisiera remediarlo, y convertirme en alguien de provecho. Pero como ya he dicho es pequeña, la llamo 'cuatro por ciento', básicamente porque son cuatro razones por las que no convertirme en una descarriada.
La primera; tener feliz a mamá, ya que me lo ha dado todo y tendré que agradecerlo de alguna manera, qué menos que verla con una sonrisa.
La segunda; pensar en mi futuro. Estar to' el día tirada en la calle y no abrir los libros, no me dará un plato de comida ni dinero para el alquiler cuando a los 20 me echen de casa.
La tercera; no drogarme. No se por qué no debería hacerlo, pero supongo que será por ese típico discurso que sueltan los padres al menos una vez en la vida a sus hijos, mientras esperan que sirva para algo.
La cuarta; Centrarme. Y no malgastar el tiempo pensando en cosas como que porcentaje de mi mente es tan responsable como para intentar corregirme.
Por suerte o por desgracia, no soy capaz de imponerme reglas, y no puedo hacer nada para luchar con el 96% restante de mi mente, que me dice que viva el momento, que salga a reírme, coma con hambre, beba con sed, folle con ganas y piense en exceso.

sábado, 1 de septiembre de 2012

éxtasis

Me despierto sin saber si ha sucedido o no, preguntándome que es lo que hace para que esta puta realidad se asemeje tanto a mis mejores sueños eróticos.
No sé si será la forma en la que baja de mi cuello hasta las ingles rozándome con besos como pequeñas pinceladas a un lienzo o la sutileza con la que sus dedos tientan mis clavículas y empieza a besarme lentamente, como si supiera que le dedicaría mil horas solo por volver a sentir sus caricias por mi espalda. No se nada, solo que termino confundiendo su sudor con el mio y que cada escalofrío es por su culpa.
Y así me paso las noches, tirada pensando en que hoy podría ser mi día de suerte y quizás vuelva a dejar su saliva por mi piel mientras me agarra y zarandea como un león hambriento.
En esto si soy clara y directa porque en sus ojos rojos se refleja el instinto caníbal hasta que me contagia su locura y terminamos fundidos en uno, jadeando como animales... y yo, yo en pleno éxtasis solo soy capaz de arañar su espalda y morderle a punto de explotar.
Ni siquiera un 1 de Enero, desnuda, en pleno centro de Madrid a las 3 de la madrugada sería capaz de enfriar el infierno interno que me provoca.